Dar vida es el mayor de los regalos, y el que le sigue es salvarla. ¿Quién le dio vida a Jesús? Fue María. ¿Quién le salvó la vida? Fue Jose. Preguntadle a Pablo, que lo persiguió, a San Pedro, que lo negó. Preguntadles a todos los santos quién lo mató; pero si preguntamos “¿Quién le salvó la vida?”, callad patriarcas, callad apóstoles, confesores y mártires; dejad que hable San José, porque su honor es solo suyo. Sólo él es el salvador de su Salvador. Beato Guillermo Chaminade
¿Salvador de su salvador? Eso suena a herejía ¿no? No te preocupes; el beato Guillermo José Chaminade no está afirmando que San José es Dios o más grande que Jesús. El beato Guillermo era un sacerdote muy santo y tenía una tremenda devoción a San José.
Vivió en la época de la Revolución francesa, padeciendo muchos sufrimientos durante una etapa sumamente anticatólica en la historia de Francia. El amor del beato Chaminade por Jesús, María y José le dio fortaleza para resistir las malignas intenciones de los revolucionarios.
En lo más álgido de la revolución, el beato Chaminade difundió la devoción a Mara y predicó fervientemente de San José. Animó a sus hermanos religiosos a ser como el talón de María y aplastar la oscuridad de la revolución. También conocía el poder de San José y alentó a todos a buscar refugio bajo su protección paternal.
Encomiéndale a él (San José) la protección de tu persona, pues salvó la vida de su Salvador. Beato Guillermo José Chaminade
Para comprender y justificar la descripción que hace el beato Chaminade de San José como el “salvador de su Salvador”, veamos el Evangelio de Mateo:
Después que ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; permanece allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarle. él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. (Mt 2, 13-14)
A San José se le puede llamar el salvador del Salvador porque salvó a Jesús de las malvadas intenciones de Herodes, llevándolo a Egipto. San José es el único santo que tiene el privilegio de ser llamado salvador del Salvador; ni siquiera la Madre de Dios tiene ese título.
Dios quería que San José llevara ese título singular para él sólo, porque muestra la grandeza de la paternidad de San José, y nos ensena su importante rol paternal en el plan de Dios.
A él (San José) se le encomendó el divino Niño cuando Herodes soltó a sus asesinos en su contra. Papa Pío XI
El beato Chaminade no es el único que llamó a San José salvador del Salvador. Santa Magdalena Sofía Barat hizo una afirmación similar. Escribió:
Jesús quiso estar en deuda con San José por las necesidades de la vida, y sólo de este santo patriarca se puede decir que salvó la vida de su Salvador.
San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, fue más lejos, afirmando que sólo por la razón de que San José salvó al Salvador de Herodes, Jesús no le negará nada a aquellos que acudan a su intercesión. Escribió:
El apóstol Pablo escribe que, en la próxima vida, Jesucristo “dará a cada cual según sus obras” (Rm 2, 6). ¡Qué grande gloria debemos suponer que le concederá a San José, quien lo sirvió y amó tanto mientras vivió en la tierra! El ultimo día, nuestro Salvador dirá a los elegidos: “Tuve hambre y me disteis de comer; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis” (Mt 25, 35). Sin embargo, estos han alimentado a Jesucristo, lo han acogido o vestido sólo en las personas de los pobres, pero San José procuró comida, techo y vestido para Jesucristo en su propia persona. Además, nuestro Señor ha prometido una recompensa a quien da un vaso de agua a los pobres en su nombre: “Todo aquel que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa” (Mc 9, 41). Cuál, pues, debería ser la recompensa de San José que le puede decir a Jesucristo: “no sólo te procuré comida, techo y vestido, sino que te salvé de la muerte librándote de las manos de Herodes”. Todo esto nos ayuda a incrementar nuestra confianza en San José. Nos hace reflexionar que, en virtud de tantos méritos, Dios no le rechazará ninguna gracia que le pida San José para sus devotos clientes.
¡Vaya! ¡Cuánta confianza deberíamos tener en San José!
Después de todo, San José salvó la vida de Jesús para que Jesús nos pudiese salvar. Jesús, por su parte, está extremadamente agradecido con San José por todo lo que padeció para conseguir que su misión salvífica fuese posible: exilio, pobreza, dificultades, fatiga, ridículo, y tantos otros padecimientos que enfrentó San José por Jesús.
Sin los sufrimientos de San José no tendríamos al Salvador para liberarnos del pecado y de la muerte. Por todas estas razones, Jesús concede todos los deseos y súplicas de su amado padre virginal.
Los sufrimientos de San José raramente se mencionan en las homilías o escritos sobre él, pero, si lo piensas, haber sido el padre del Salvador no debió ser fácil. La misión paternal de San José implicó tremendos sufrimientos:
¡Qué participación tan grande no habrá tenido el glorioso San José en el cáliz de la Pasión de Jesús, por los servicios que le prestó a su sagrada humanidad! Santa María Magdalena de Pazzi
Los sufrimientos de San José comenzaron incluso antes del nacimiento de nuestro Señor. Cuando San José descubrió que su amada esposa estaba embarazada, su corazón, su mente y su alma experimentaron un dolor insoportable. Su sufrimiento no lo causaba el sospechar que María le había sido infiel; jamás dudó del amor de María, de su fidelidad y de su santidad, sino que mas bien su sufrimiento se debía porque no se sentía digno de ser el esposo de una mujer tan santa, y tampoco se sentía digno de ser el padre de un Niño celestial.
Se daba cuenta de que María le pertenecía por competo a Dios y, por justicia, necesitaba darle a Dios lo que le pertenecía, distanciándose de María, pero este pensamiento le provocaba todavía más sufrimiento en el corazón del que cualquier mártir haya podido experimentar.
A diferencia del sufrimiento de los mártires, que vertieron su sangre por amor a Cristo, el sufrimiento de José era interior y de tal intensidad que es más meritorio que el sufrimiento de todos los mártires cristianos. Prepararse para alejarse de María, la delicia de su corazón, le causó tanto dolor, que Dios tuvo que enviar a un ángel para consolarlo e indicarle que no tuviera miedo de llevarla a su casa.
Abraham fue hecho padre de una multitud de naciones por su disposición a sacrificar a su hijo; San José fue hecho padre del pueblo de la nueva alianza por su disposición a distanciarse de su propia esposa amada.
El sufrimiento de San José continuó durante toda su vida de casado. Cuando viajó con su esposa embarazada a Jerusalén para el censo, sufrió muchísimo por no poder proveer a su esposa un lugar adecuado para que diera a luz.
¿Qué hombre querría que su esposa diera a luz en un establo frio, sucio y oliendo animales? Y, sin embargo, fue lo único que San José pudo conseguir. Los hombres, por naturaleza, son proveedores, y si un hombre no tiene la posibilidad de proveer el bienestar como él quisiera para sus seres queridos, muere por dentro. San José moría a diario.
San José también experimentó gran sufrimiento cuando su Hijo fue circuncidado. Cuando él y su esposa vieron la sangre correr por el cuerpecito de su Hijo, supieron que era un presagio de lo que vendría.
Cuándo y cómo, no lo sabían, pero estaban tan conectados con los divinos misterios y las profecías del Antiguo Testamento, que sabían que vendría más derramamiento de sangre, lo cual se confirmaría cuando Jesús, María y José se presentaron ante el sacerdote en el Templo de Jerusalén para el ritual de la purificación de una nueva madre. En lo que debía ser una ocasión gozosa, San José se enteró de que el corazón de su esposa sería atravesado y que su Hijo estaba destinado para ser un signo de contradicción.
Su padre y su madre estaban admirados de los que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: “Este está puesto para que muchos caigan y se levanten en Israel, y será un signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”. (Lc 2, 33-35)
Las palabras de Simeón fueron dirigidas a María, pero San José las escuchó. Cuando San José escuchó a Simeón anunciarle a María que Jesús sería causa de división y que el corazón de María sería atravesado por una espada, las palabras proféticas penetraron el amoroso corazón de San José, causándole un indecible tormento, uno que llevaría en su corazón y en su alma por el resto de su vida.
¿Qué hombre quiere escuchar que su esposa e hijo sufrirán el ridículo y serán odiados? ¿Qué esposo no sufriría torturas de corazón sabiendo que su esposa será atravesada por una espada?
La Escritura nos dice que María guardó estas palabras de Simeón en su corazón (ver Lc 2, 19). San José tuvo que haber guardado también las palabras de Simeón en su corazón.
Ningún hombre podría alejarse sin turbación después de escuchar las impactantes afirmaciones sobre su esposa e hijo. Los corazones del esposo y de la esposa son uno solo. Lo que le angustia a uno le angustia al otro. Durante décadas, San José llevó la dolorosa profecía de Simeón en su corazón, pero, al ser su amor tan grande, su sufrimiento fue solo interior, aunque intenso y duradero.
Oh sensibilísimo corazón de San José, quien, a semejanza del tierno corazón de María sentiste los dolores de la Santísima Madre, dime, ¿Qué fue lo que sentiste al escuchar la terrible profecía de Simeón? Y, sin embargo, ¡con cuánta generosidad, con cuánto silencio e inalterable resignación aceptaste de las manos de Dios incluso la espada de dolor por nuestro propio bien! ¿Cómo podría agradecerte? Oh, mi dulcísimo santo, deseo imitar tu generosidad y, ante cualquier noticia dolorosa, diré junto contigo: que se haga la voluntad de Dios. Beato Bartolo Longo
De haber sido posible para San José prevenir que su esposa e hijo sufrieran, habría hecho todo lo que estuviese en su poder para protegerlos. Un esposo bueno y amoroso está dispuesto a ponerse delante de su esposa y dejar que la espada entre en su corazón antes que el de ella.
Sin embargo, conforme al plan de Dios, San José sabía que tenía que permitir que el corazón y el alma de su esposa fueran atravesados. Ese sufrimiento era necesario para que naciera una nueva humanidad.
Su inmaculada esposa no había sufrido los dolores del parto en el pesebre de Belén, porque, al estar libre de la mancha del pecado original, también lo estaba de sus consecuencias, pero la profecía de Simeón había predicho que llegaría un día en que la esposa de San José tendría que soportar un terrible dolor, como el del parto, pero de tipo espiritual.
La esposa de San José es la nueva Eva, y Dios iba a utilizar su corazón como un vientre espiritual. Tendrá que pasar por los dolores espirituales del parto para que la humanidad vuelva a nacer en Cristo. Simeón lo había profetizado y San José sabía que debía ocurrir. Su rol era preparar a su esposa y a su hijo para el sacrificio.
Ningún sufrimiento de un mártir ha sido tan grande como el sufrimiento de San José. La profecía de Simeón fue dirigida sólo a María. San José sabía por qué, y esto le causó dolor. San José comprendió que la profecía de Simeón significaba que, al llegar el momento en que el corazón de María fuese traspasado, ella estaría sin San José.
Desconocía el momento, el lugar y la forma en que ocurriría, pero entendió que él no estaría allí con María. A la luz de la profecía de Simeón, debió pasar su matrimonio consolando a morosamente a María y preparándola para las horas en que ella sufriría una agonía y tormentos sin igual: sus dolores de parto espirituales.
Los dulces consuelos de San José ayudaron a María a prepararse para el sacrificio del Calvario. él no podía evitar su sufrimiento maternal, pero sí podía prepararla para él. Sus años de amor y de devoción fueron un gran consuelo para el Corazón Inmaculado de María. San José es el mayor consuelo del corazón de María.
Qué hermosa y sencilla viste (San José) a esta inocente paloma (María), y qué grande fue tu sufrimiento con la visión de su martirio sin ti, la soledad de la esposa que tanto amabas. Oh, qué martirio azotó tu alma ante la visión previa de la Pasión y las siete espadas que atravesarían el Inmaculado Corazón de María. La soñaste sola, sola sin Jesús, y esta aflicción te amargó tu feliz vida. Beata Concepción Cabrera de Armida
La espada que atravesaría el corazón de María en el Calvario también necesitaba atravesar el corazón de San José, pero de una manera diferente. él no estaría presente en el calvario, pero era necesario que la espada atravesara su corazón paternal, ya que el renacimiento de la humanidad debía involucrar tanto a la madre como al padre.
Los esposos no experimentan dolores de parto como las mujeres, pero cada esposo está llamado a acompañar a su esposa en el embarazo y prepararla para dar a luz. Como un buen esposo, San José se encargó de que su esposa estuviese bien preparada para su sufrimiento; pasó décadas preparándola para el doloroso alumbramiento del calvario.
En el Calvario, María debió haber experimentado gran consuelo y fortaleza al recordar todo lo que su esposo había hecho por ella y por su hijo a lo largo de loas años. El consuelo brindado por el apóstol Juan, María Magdalena y varias personas más, debió palidecer en comparación con el consuelo ofrecido a María por el hombre que ni siquiera estaba allí.
Dios le evitó a San José las torturas del calvario, pero María lo llevó con ella en su corazón. Su hijo crucificado, ante quien se mantuvo de pie, también era hijo de José. María recordó a su esposo y se mantuvo fuerte en la fe, la esperanza y el amor.
Muchas son las memorias de San José que debieron inundar el corazón de María en el Calvario. Todos eran fuente de consuelo y fortaleza para María. El recuerdo de la propia fortaleza de San José en el sufrimiento, debieron incrementar la determinación de María de atestiguar y sufrir con su hijo crucificado.
Debió recordar la matanza de los inocentes y lo mucho que eso hirió el corazón de su esposo. Recuerda: cuando el ángel se le apareció a San José diciéndole que tomara al Niño y a su madre y se fuera a Egipto, no le dijo que los niños serian asesinados y que sus madres serían testigos de la muerte de sus propios hijos.
María recordaría con cuánta amargura lloró San José por la pérdida de tantos niños tan preciados. Fue una fuente de tremendo sufrimiento para San José, pero permaneció firme en su decisión de hacer la voluntad de Dios. Al pie de la Cruz, María hizo lo mismo.
José y María aún no habían cruzado las montanas que los separaban del desierto, cuando, de pronto, los lamentos dolorosos, haciendo eco a través de las colinas, llegaron a sus oídos. Aquellos gritos desgarradores de las madres de santos inocentes masacrados en sus pechos y brazos llenaron los corazones de José y María de una indescriptible tristeza. Beato Bartolo Longo
Al pie de la Cruz María recordó cómo San José, como cabeza de la familia, los había llevado a ella y a Jesús a Egipto, y cuán fuerte había sido San José al proteger y cuidar de su familia. Ir a Egipto caminando no pudo haber sido un viaje seguro ni cómodo para la Sagrada Familia.
Egipto era un lugar muy peligroso, donde abundaban los bandoleros, asaltantes y las prácticas paganas. Los años que vivieron allí debieron ser muy difíciles. Santo Tomas de Aquino y San Buenaventura creen que la Sagrada Familia estuvo en el exilio de Egipto casi siete años, que debieron ser de un gran sufrimiento para San José. María recordó esos años y lo fuerte que había sido San José por amor a Dios y a su familia.
En el Calvario, María recordó todos los sufrimientos que San José había soportado durante su estancia en Egipto. Según las revelaciones místicas de la beata Ana Catalina Emmerich, las tribulaciones de la Sagrada Familia en Egipto fueron especialmente grandes para San José, porque él era el amoroso jefe de la familia.
La responsabilidad de cuidar a la familia era principalmente de San José. El hombre de la casa sufrió grandemente, muchas veces imposibilitado de conseguir suficiente trabajo, comida, agua limpia o una casa adecuada, sin poder proveer todo lo que su familia necesitaba.
En Egipto, San José estaba en una tierra que no sólo era extranjera, sino hostil a los israelitas. Los egipcios se resentían de que los israelitas hubiesen escapado de su tiranía, además de haber sido la causa de que muchos de sus ancestros se hubieran ahogados en el Mar Rojo. San Francisco de Sales
En las narraciones de las visiones místicas de la beata Ana Catalina Emmerich, se nos dice que la Sagrada Familia, en Egipto, padeció la aterradora experiencia de haber sido rodeados por asaltantes con malas intenciones. En el Calvario, María recordó lo valiente que había sido su esposo y cómo estaba dispuesto a morir por amor a su familia. Seguramente encontró en estos recuerdos la fuerza para ser víctima con Jesús.
María también recordó el momento en que ella y su esposo perdieron a Jesús durante tres días. Perder a un hijo es la peor pesadilla que un progenitor pueda enfrentar jamás. Durante tres días, los corazones de María y José estuvieron llenos de ansiedad y preocupación. Pero ella recordó que, después de tres días de tremendo sufrimiento y angustia, ella y su esposo encontraron a Jesús en el templo, y al encontrarlo, sus corazones se llenaron de un gozo inexplicable.
De alguna manera, haber perdido a Jesús durante esos tres días fue una preparación para el Calvario. Recordando este evento, María nuevamente encontraría fortaleza y consuelo en su dulce San José.
En el Calvario, el recuerdo de todo lo que había hecho San José por su esposa y por su Hijo debieron haber sido también un consuelo para Jesús. A través del modelo que San José le había proporcionado de un sufrimiento largo y fiel, Jesús pudo ofrecer de mejor modo su propio sacrificio en el Calvario.
Nuestro Señor sabía muy bien que su padre lo había salvado de Herodes, que había llevado tremendas cargas de amor en su corazón, que había consolado a su madre y ayudado a María a prepararse para el sufrimiento con Jesús.
Dios no quiso que San José estuviera físicamente presente en el sacrificio del Calvario, pero Jesús sabía que jamás habría podido llegar al Calvario sin él. Dios hizo el sacrificio del Calvario dependiente de los sacrificios paternales que San José había ofrecido durante los años ocultos de la Sagrada Familia. El fruto del amor y del sufrimiento paterno de San José, lo convirtió en el padre espiritual de la familia de la nueva alianza. Al igual que María, Jesús también habría tenido a San José en su mente y en su corazón en el Calvario.
Los corazones virginales de Jesús, María y San José son uno. Así como sus corazones son uno, así también lo es su misión. Sólo Jesús es el Salvador del mundo, pero él quiso que su padre y su madre tuviesen una singular participación en la obra de la redención.
La unión de los corazones virginales y dolientes de Jesús, María y San José en Nazaret, Belén, Egipto y el Calvario, fue el medio principal que Dios eligió para que todos pudiéramos volver a nacer. Jesús, María y José hicieron posible que seamos hijos de Dios.
Lo que aprendemos de la sacrificada paternidad de San José es que es un hombre que cuida de los que se le han encomendado sin importar el costo. él ofrece consuelo y fortaleza a todos sus hijos. Siendo tu padre espiritual, él quiere cuidarte como cuidó a María y a Jesús. él quiere consolarte y aumentar tu capacidad de realizar sacrificios de amor.
Dios te ha dado una misión como cristiano. Tu misión requiere de sacrificio, sufrimiento y angustia. Experimentaras tu propio calvario. Con San José en tu corazón, encontraras consuelo paternal y la fortaleza para soportarlo todo por amor.
San José sabe que, mientras buscas hacer la voluntad de Dios, Satanás, un Herodes espiritual, soltará a sus asesinos en tu contra, y necesitas de San José para protegerte. Tu padre espiritual te cuidará amorosamente y jamás dejará de luchar por ti. Con su ayuda, saldrás victorioso en el sufrimiento y vencerás al enemigo.
San Juan Pablo II enfatizó este punto en una homilía que pronuncio durante una visita al Santuario de San José en Kalisz, Polonia, diciendo:
El ángel le había advertido (a San José) que huyera con el Niño, porque estaba amenazado por un peligro mortal. Del evangelio que acabamos de leer, aprendemos sobre aquellos que estaban amenazando la vida del Niño. En primer lugar, Herodes, pero también todos sus seguidores. De esta manera, la liturgia de la Palabra guía nuestro pensamiento hacia el problema de la vida y su defensa. José de Nazaret, que salvó a Jesús de la crueldad de Herodes, se nos muestra en este momento como un gran defensor de la causa de la defensa de la vida humana, desde el primer momento de la concepción hasta la muerte natural. En este lugar, por lo tanto, deseamos encomendar la vida humana a la Divina Providencia y a San José, especialmente la vida de los niños aún no nacidos, en nuestra patria y en todo el mundo.
Sufrirás en la vida. San José no puede evitar todos tus sufrimientos, pero puede prepararte para ellos y consolarte cuando estés en medio del dolor y la angustia, ofreciéndote el amor y la protección de un padre.
San José, con el amor y la generosidad con la que protegió a Jesús, también protegerá tu alma, y, así como lo defendió de Herodes, defenderá tu alma del Herodes más feroz: ¡el diablo! Todo el cuidado que el patriarca San José tiene por Jesús, lo tiene también por ti, y siempre te ayudará con su patrocinio. él te liberará de la persecución del malvado y orgulloso Herodes, y no permitirá que tu corazón se aleje de Jesús. ¡Ite ad Ioseph! (¡Id a José!). Acude a José con extrema confianza, porque yo no recuerdo haber pedido nada de San José sin haberlo obtenido de inmediato. San Pío de Pietrelcina
En el santuario dedicado a San José en Kalisz, Polonia, donde San Juan Pablo II predicó su inspiradora homilía sobre San José en 1997, hay un museo, en la cripta, dedicado a San José en agradecimiento por salvar la vida de muchos sacerdotes católicos presos en el campo de concentración de Dachau, durante la II Guerra Mundial.
Según cifras oficiales, en ese campo de concentración había 2,579 sacerdote (y obispos) católicos, de los cuales 1,034 murieron allí. San José los ayudó en su sufrimiento y les dio fortaleza para ofrecer sus vidas por amor a Jesús. De los restantes 1,545 sacerdotes que sobrevivieron a Dachau, todos le atribuyen su liberación el 29 de abril de 1945 a la poderosa intercesión de San José.
Esta es la historia.
Los primeros sacerdotes católicos llegaron a Dachau en 1939, aumentando los números en los siguientes meses y años, porque los sacerdotes eran transferidos desde los campos de concentración de Auschwitz y Sachsenhausen a Dachau.
El 8 de diciembre de 1940, los sacerdotes en Dachau hicieron un acto de consagración comunitario a San José, pidiéndole les ayudara a sobrevivir aquel calvario, y que los salvara de la muerte. Se consagraron a San José porque fue él quien había salvado al Hijo de Dios d la muerte cuando Herodes quería matarlo, y los sacerdotes sabían que él también podría salvarlos de los nazis.
El acto de consagración a San José fue renovado frecuentemente, y los sacerdotes prisioneros también renovaron la consagración anualmente de forma más solemne. Además, los sacerdotes rezaban novenas a San José pidiéndole ayuda en su terrible situación.
Cuando el campo fue finalmente liberado en 1945, los sacerdotes que quedaban dieron testimonio de que había sido San José quien los había mantenido vivos. En agradecimiento, muchos de los sacerdotes -especialmente los de Polonia- organizaron una peregrinación al Santuario de San José en Kalisz, Polonia, en 1948.
La peregrinación fue un evento tan memorable, que se organizó una segunda peregrinación en 1958; después se organizaron muchas otras. En 1995, 37 sacerdotes supervivientes a Dachau estuvieron presentes en la peregrinación. A día de hoy, todos ellos han muerto ya, pero su memoria y tributo a San José vive en el museo adjunto a ese santuario.
San José salvó a Jesús de Herodes. San José protegió a María de los asaltantes. San José consoló a Jesús y a María y los preparó para el Calvario. San José estuvo en los corazones de Jesús y de María en el Calvario. San José consoló a los muchos sacerdotes que sufrieron y murieron en Dachau. San José ayudó a muchos sacerdotes a sobrevivir el campo de concentración.
San José, tu padre espiritual, quiere protegerte, prepararte, consolarte y ayudarte a hacer tu vida un sacrificio para los demás.
Todos tenemos en él (San José) un modelo y protector. San Pedro Julián Eymard
Digámosle al gran Patriarca: “Aquí estamos, somos totalmente tuyos; que tú seas todo para nosotros. Muéstranos el camino, fortalécenos en cada paso y condúcenos a onde la Divina Providencia nos quiera llevar. San José Marello
Letanía de San José
Señor, ten piedad de nosotros. Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros. Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros. Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial. Ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo. Ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo. Ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios. Ten misericordia de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David, ruega por nosotros.
Luz de los patriarcas, ruega por nosotros.
Esposo de la Madre de Dios, ruega por nosotros.
Custodio purísimo de la Virgen, ruega por nosotros.
Nutricio del Hijo de Dios, ruega por nosotros.
Diligente defensor de Cristo, ruega por nosotros.
Jefe de la Sagrada Familia, ruega por nosotros.
José Justo, ruega por nosotros.
José Casto, ruega por nosotros.
José Prudente, ruega por nosotros.
José Fuerte, ruega por nosotros.
José Obediente, ruega por nosotros.
José Fiel, ruega por nosotros.
Espejo de paciencia, ruega por nosotros.
Amante de la pobreza, ruega por nosotros.
Modelo de obreros, ruega por nosotros.
Gloria de la vida doméstica, ruega por nosotros.
Custodio de vírgenes, ruega por nosotros.
Pilar de las familias, ruega por nosotros.
Consuelo de los desdichados, ruega por nosotros.
Esperanza de los enfermos, ruega por nosotros.
Patrono de los moribundos, ruega por nosotros.
Terror de los demonios, ruega por nosotros.
Protector de la santa Iglesia, ruega por nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
V. Lo nombró administrador de su casa.
R. Y señor de todas sus posesiones.
ORACIÓN
¡Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste elegir a San José para esposo de tu Santísima Madre!; te rogamos nos concedas tenerlo como intercesor en el cielo, ya que lo veneramos como protector en la tierra. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.